
Casi todas las Catedrales gallegas ocupan un antiguo lugar sagrado, la de Tuy más visiblemente que ninguna de ellas.
Asiéntase en la corona del viejo castro que se denominó en otros tiempos Castellum Tude y como si tratase de recordar eternamente su primitivo destino se presenta a nuestros ojos bajo el doble aspecto de basílica y fortaleza. Perdió la iglesia compostelana los cubos y defensas que en otro tiempo la adornaban y libre de ellas, nada indica que haya estado fortificada, y que desde los muros y las torres se haya lanzado algún día el dardo alado y mortífero; balaustradas y obeliscos sustituyeron a las antiguas saetías; pero la de Tui, que conserva las anteriores defensas, recuerda desde lejos el vetusto y poderoso castillo feudal, al cual el tiempo no ha logrado despojar ni de sus almenas ni de su poesía. Cualquiera diría al verla que se dispone a renovar los antiguos hechos y que está allí como una amenaza y para dominar lo mismo el corazón de los fieles que en la comarca que guarda con ojo vigilante. Teniendo en frente la murada Valença –menos seguridad que temor-, la catedral tudense ve como desciende el caserio por las laderas de la colina sagrada y como marcha por entre huertos y sembrados hacia las fructíferas orillas del río bien amado de la patria gallega. Ya no cercan la población las murallas de otros tiempos, ni la cava le pone al abrigo de un golpe de mano: todo en la ciudad está abierto a los hombres y á los vientos del valle.
Sin duda alguna la catedral ocupa hoy el sitio de siempre. La primera vez que la civitas tudense levantó el templo episcopal, lo puso en aquel mismo lugar de muy atrás consagrado por el amor del pueblo á los dioses de otros tiempos, uniendo de este modo dos mundos distintos y dos diversas creencias. Ocupa la plataforma del castro; acrópolis y santuario de la primitiva Tude. Puede decirse confiadamente que el antiguo habitante de esta comarca, lo mismo que el actual, elevó sus plegarias en los mismos lugares, á su vez, al Dios innominado y al que reina en los cielos y tierra pero sobre todo en el corazón del creyente, templo eterno é incontrastable.
Viendo como la tradición y la historia colocan unánimes la vieja Tude, primero en la cumbre, después al pie del Alhoya y á su abrigo, pudiera dudarse de que el templo episcopal se hubiese levantado desde un principio en el sitio que suponemos, pues a no llevar la población á los mismos lugares que hoy ocupa, no se puede afirmar, como lo hacemos, que la catedral tudense, igual que el árbol fecundo y resistente, echó allí sus primeras raices y nadie fue capaz á arrancarla al suelo sagrado en que asentó por primera vez. Las tempestades del mundo dejaron en más de una ocasión desiertos sus altares y derruidos los muros que los resguardaban; sobre sus vientos soplaron los vientos de la destrucción y apagaron las lumbres de sus lámparas. La sangre de sus servidores salpicó el ara y manchó el pavimento, pero no por eso el sacerdote abandonó del todo aquel lugar de muerte. Hacia ellos dirigía sus miradas y sus preferencias; diría que no queria que se rompiese la cadena de la tradición que unía la altura santificada por tantas generaciones, á cuanto había de sagrado para el habitante de aquella hermosísima comarca. Al contrario, deshecho y todo permaneció sobre la colina, como la iglesia de Pedro sobre la roca simbólica: en los mismos días de su orfandad, cubría con sus alas maternales la antigua y la nueva ciudad, a la manera que, sobre la corona del castro sobre el que se asienta, se encendieron los fuegos de la antigua y la nueva religión.
Para quen quera acceder á obra, en formato dixital, pode consultala en: http://bvpb.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=11001171
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