O profesor da Universidade de Vigo e columnista habitual de "La Voz de Galicia", Albino Prada, publicou o pasado domingo 3 de abril unha columna sobre o Bispo Rosendo Salvado, unha figura tudense que está investigando, que merece ser reproducida polo seu interese neste blogue. Noraboa ao profesor Prada, estreitamente vencellado á nosa cidade, por este artigo quen acredita o interese da figura do egrexio P. Salvado e as importantes lecturas que podemos realizar do seu labor en Australia.
Darwin en Australia
Albino Prada
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Celebramos los 150 años de la publicación de El origen de las especies. Como es bien conocido, la lúcida y esclarecedora teoría darwinista se nutrió de lo observado en un prolongado viaje alrededor del mundo entre los años 1831-1836 en el navío Beagle. Casi al final de él se hizo, antes de su regreso a Londres, una breve escala en Australia.
En su diario, del 12 de enero de 1836, Darwin se refiere a un encuentro con los indígenas o salvajes anotando que si por un lado «... por nada del mundo se deciden a cultivar la tierra, edificar casas, ni establecerse en punto fijo en ninguna parte; ni siquiera quieren tomarse el trabajo de cuidar los ganados que se les dan», por el otro observa cómo debido al alcohol, las enfermedades contagiadas y la usurpación de sus tierras «donde quiera que el europeo endereza sus pasos parece que persigue la muerte de los indígenas». Estaríamos, en suma, ante nómadas irredentos que aplastarían nuestra barbarie civilizada.
Y eso habría sido absolutamente así de no haber sucedido que, solo diez años más tarde (7 de enero de 1846), llegase a Australia un misionero benedictino, oriundo de Galicia, que había salido casualmente del mismo Londres. Ignoro si el tudense fray Rosendo Salvado -así se llama nuestro hombre- había comprado y leído el diario de Darwin, entonces de muy reciente publicación. En cualquier caso, también él se encontró con aquellos salvajes desnudos, antropófagos ocasionales y analfabetos..., aunque muy pronto se percató de su sabiduría y de su particular ética.
También se convenció de que la única posibilidad que tenían los aborígenes de sobrevivir a aquella marabunta de proscritos, deportados y ganaderos era convertirlos en agricultores, adaptarlos a la llamada civilización. Y lo consiguió en su modélica misión-granja de Victoria Plains bautizada como Nueva Nursia. Un empeño en el que se empleó a fondo durante más de tres décadas, como ya recogía, entre otros, el diario Western Australia's Times el 17 de noviembre de 1867.
Apenas a los tres años de llegar a Australia realizó un viaje a Europa que lo llevó de nuevo a Londres el 27 de abril de 1849 (se cumplen ahora 160 años), es decir, solo trece años después del regreso de Darwin. Acompañado de dos de aquellos salvajes, Conaci y Dirimera, compareció en
Quizás la anécdota más reveladora de su particular refutación, de la distancia que Darwin atribuyó a los aborígenes respecto a los europeos, se resuma en la de la nativa Sarah Cann, que se encargó a la perfección de la oficina telegráfica de la granja y misión benedictina de Victoria Plains ya en 1876. Asunto que mereció el envío de una nota oficial del gobernador inglés al ministro de las Colonias en Londres.
Aunque no es menos cierto que, salvo en la isla utópica de fray Rosendo, los indígenas australianos estuvieron casi siempre más cerca del exterminio -anunciado por Darwin- que de la cultura occidental.
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